De la pobreza en Jamaica al “Nobel” de la educación: quién es Keishia Thorpe, la docente que le da voz a los inmigrantes en EE.UU.
La ganadora del Global Teacher Prize, que entrega un millón de dólares, es una de las grandes protagonistas del 6° Congreso Internacional de Educación. En su conferencia habló de los graves problemas educativos de la actualidad, pero también dio claves sobre cómo considera que puede solucionarse.
Nació en la pobreza de Jamaica. Ella y su hermana melliza fueron criadas por una abuela que llegó hasta 6° grado y por una madre adolescente que tampoco terminó la escuela. “Nuestras circunstancias”, dijo, “nos daban oportunidades limitadas”. Hoy la hermana es doctora y ella ganó el Global Teacher Prize, galadrón considerado como el Nobel de la educación, por el que recibió un millón de dólares. Viaja por el mundo dialogando con primeros mandatarios.
¿Qué pasó en la vida de Keishia Thorpe para que su futuro haya roto el destino que parecía fijo? Hubo un maestro. “No hay nada más poderoso que un buen profesor en el aula adecuada”, dijo y uno entiende el por qué de esa convicción. Thorpe encontró un maestro que la desafió a seguir adelante y a continuar sus estudios con una beca en Estados Unidos. La educación siempre es el camino hacia una mejor calidad de vida.
Keishia Thorpe es una de las grandes protagonistas del 6° Congreso Internacional de Educación que se realiza en San Miguel de Tucumán. Después de dos años online, el programa de esta edición tiene una potencia que gana por knock out. Acompañan a Thorpe, Akash Patel (India), Gymaah Larbi (Ghana), Sindey Carolina Bernal Villamarín (Colombia) y los argentinos Agustín Porres, Sandra Torresi, Laura Marinucci, Valeria Edelsztein, entre otros.
Competencias culturales, justicia social, aprendizaje socioemocional
En la conferencia que dio en el Congreso, Thorpe contó que sus primeros tiempos en Estados Unidos no fueron fáciles. Por el color de la piel y su condición de inmigrante sufrió el racismo y la discriminación. Es a partir de esa experiencia que acompaña hoy a sus estudiantes: da clases en 12° grado —el último año del colegio secundario— a chicos que provienen de familias de inmigrantes y refugiados. Tiene alumnos de 23 países y 13 idiomas: personas que huyen de la pobreza, de la violencia, de los conflicos. “Su historia es mi historia”, dijo.
Cómo hacer para empoderar a estudiantes que pertenecen a grupos que históricamente no tienen —porque se les ha quitado— voz. Thorpe señaló cuatro aspectos cruciales para trabajar: las competencias globales y la identidad, las competencias culturales, la justicia social y el aprendizaje socioemocional. “Tenemos que trabajar juntos para construir un lenguaje común”, dijo, “lo que es particularmente importante para quienes, como yo, son profesores de idiomas”.
La intencionalidad manifiesta es plantear una clase centrada en las necesidades de los alumnos desde el programa educativo. Y para ello es necesario conocer a los estudiantes, gestionar sus comportamientos, reconocer todas las identidades, todas las historias, todas las problemáticas. “Los mejores profesores”, dijo, “son quienes llegan desde la empatía, no desde la compasión”. Una relación más horizontal, más íntima, les da a los estudiantes herramientas para reconocer y conectar con sus emociones. “Los alumnos no pueden aprender si no son capaces de manejar sus emociones”.
En el camino del empoderamiento de los estudiantes, uno de los retos es cómo evaluar y acreditar los aprendizajes. “No hay duda en la importancia de medir cómo y qué aprenden”, aclaró Thorpe, pero, señaló, “los métodos actuales de evaluación están fallando en las poblaciones más vulnerables” porque no consideran que esos estudiantes, a pesar de tener las puntuaciones más bajas son los que más lejos han llegado porque empezaron desde muy atrás. Hay que implementar, por lo tanto, modelos que fomenten el alto rendimiento, el pensamiento, la indagación, el ABP.
Un panorama complejo, una maestra optimista
Según datos de organismos internacionales, más de la mitad de los niños del mundo son incapaces de leer o de comprender una frase simple. Un tercio de la población no tuvo acceso a la educación durante la pandemia; todavía muchos no han regresado a clase. La brecha educativa entre países centrales y periféricos es inmensa: los ricos dedicaron 8.500 dólares al año por niño; los pobres menos de 50.
“Solemos ver a la crisis educativa como una problemática de países concretos, y en EE.UU. pensamos que es algo que pasa lejos, pero estas crisis están conectadas”, dijo Thorpe. “Muchos de los niños que vienen a mis clases provienen de estos países. No sólo porque es más seguro sino porque la escuela es mejor”.
Es un panorama complejo, pero Thorpe es optimista: el mundo necesita educación. “Los gobiernos tienen que invertir en la profesión docente. Los maestros tengan salarios dignos y más recursos; no sólo tecnológicos sino también de formación en modelos pedagógicos asociados con la competencias globales”. Los docentes tienen que tener la oportunidad de convertirse en líderes.
Fuente: Infobae.